Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CRONICA DEL PERU



Comentario

De los más pueblos que hay desde la Tacunga hasta llegar a Ríobamba, y lo que pasó en él entre el adelantado don Pedro de Albarado y el mariscal don Diego de Almagro


Luego que salen de la Tacunga, por el camino real que va a la grande ciudad del Cuzco se llega a los aposentos de Muliambato, de los cuales no tengo que decir más de que están poblados de indios de la nación y costumbres de los de la Tacunga; y había aposentos ordinarios, y depósitos de las cosas que por los delegados del Inga era mandado, y obedecían al mayordomo mayor, que estaba en la Tacunga; porque los señores tenían aquéllos por cosa principal, como Quito y Tumebamba, Caxamalca, Jauja y Bilcas y Paria, y otros de la misma manera, que eran como cabeza de reino o de obispo, como le quisieran dar el sentido, y adonde estaban los capitanes y gobernadores, que tenían poder de hacer justicia y formar ejércitos si alguna guerra se ofrecía o se levantaba algún tirano; no embargante que las cosas arduas y de mucha importancia no lo determinaban sin lo hacer saber a los reyes ingas, para lo cual tenían tan gran aviso y orden que en ocho días iba por la posta la nueva de Quito al Cuzco; porque, para hacello, tenían cada media legua una pequeña casa, a donde estaban siempre dos indios con sus mujeres, y así como llegaba la nueva que habían de llevar el aviso, iba corriendo el uno sin parar la media legua, y antes que llegase, a voces decía lo que pasaba y había de decir; lo cual oído por el otro que estaba en otra casa, corría otra media legua con tanta ligereza que, según es la tierra áspera y fragosa, en caballos ni mulas no pudieran ir con más brevedad; y porque en el libro de los reyes ingas (que es el que saldrá con ayuda de Dios tras éste) trato largo esto de las postas, no diré más; porque lo que toco, solamente es para dar claridad al lector y para que lo entienda.

De Muliambato se va al río llamado Ambato, donde asimismo hay aposentos que servían de lo que los pasados. Luego están tres leguas de allí los suntuosos aposentos de Mocha, tantos Y tan grandes que yo me espanté de los ver; pero ya, como los reyes ingas perdieron su señorío, todos los palacios y aposentos, con otras grandezas suyas, se han ruinado y parado tales que no se ven más de las trazas y alguna parte de los edificios dellos, que, como fuesen obrados de linda piedra y de obra muy prima, durará grandes tiempos y edades estas memorias sin se acabar de gastar.

Hay a la redonda de Mocha algunos pueblos de indios, los cuales todos andan vestidos, y lo mismo sus mujeres, y guardan las costumbres que tienen lo de atrás, y son de una misma lengua.

A la parte del poniente están los pueblos de indios llamados sichos, y al oriente los pillaros; todos, unos y otros, tienen grandes provisiones de mantenimientos, porque la tierra es muy fértil y hay grandes manadas de venados y algunas ovejas y carneros de los que se nombran del Perú, y muchos conejos y perdices, tórtolas y otras cazas. Sin esto, por todos estos pueblos y campos tienen los españoles gran cantidad de hatos de vacas, las cuales se crían muchas por los pastos tan excelentes que tienen, y muchas cabras por ser la tierra aparejada para ellas, que no les falta mantenimiento; y puercos se crían más y mejores que en la mayor parte de las Indias, y se hacen tan buenos perniles y tocinos como en Sierra Morena.

Saliendo de Mocha se llega a los grandes aposentos de Ríobamba, que no son menos que ver que los de Mocha, los cuales están en la provincia de los Puruaes; en unos muy hermosos y vistosos campos, muy propios a los de España en el temple, hierbas y flores y otras cosas, como sabe quien por ellos ha andado. En este Ríobamba estuvo algunos días depositada la ciudad de Quito o asentada, desde donde se pasó a donde agora está, y sin esto, son más memorados estos aposentos de Ríobamba; porque como el adelantado don Pedro de Albarado, gobernador que fue de la provincia de Guatimala, que confina con el gran reino de la Nueva España, saliese con una armada de navíos llenos de muchos y muy principales caballeros (de lo cual largamente trataré en la tercera parte desta obra), saltando en la costa con los españoles a la fama del Quito, entró por unas montañas bien ásperas y fragosas, a donde pasaron grandes hambres y necesidades. Y no me parece que debo pasar de aquí sin decir alguna parte de los males y trabajos que estos españoles y todos los demás padecieron en el descubrimiento destas Indias, porque yo tengo por muy cierto que ninguna nación ni gente que en el mundo haya sido tantos ha pasado. Cosa es muy digna de notar que en menos tiempo de sesenta años se haya descubierto una navegación tan larga y una tierra tan grande y llena de tantas gentes, descubriéndola por montañas muy ásperas y fragosas y por desiertos sin camino, y haberlas conquistado y ganado, y en ellas poblado de nuevo más de doscientas ciudades. Cierto los que esto han hecho merecedores son de gran loor y de perpetua fama, mucho mayor que la que mi memoria sabrá imaginar ni mi flaca mano escribir. Una cosa diré por muy cierta: que en este camino se padeció tanta hambre y cansancio que muchos dejaron cargas de oro y muy ricas esmeraldas por no tener fuerzas para las llevar. Pues pasando adelante, digo que, como ya se supiese en el Cuzco la venida del adelantado don Pedro de Albarado por una probanza que trajo Gabriel de Rojas, el gobernador don Francisco Pizarro, no embargante que estaba ocupado en poblar aquella ciudad de cristianos, salió della para tomar posesión en la marítima costa de la mar del Sur y tierra de los llanos, y al mariscal don Diego de Almagro, su compañero, mandó que a toda furia fuese a las provincias de Quito y tomase en su poder la gente de guerra que su capitán Sebastián de Belalcázar tenía, y pusiese en todo el recaudo que convenía. Y así, a grandes jornadas el diligente mariscal anduvo, hasta llegar a las provincias de Quito, y tomó en sí la gente que halló allí, hablando ásperamente al capitán Belalcázar porque había salido de Tangaraca sin mandamiento del gobernador.

Y pasadas otras cosas que tengo escriptas en su lugar, el adelantado don Pedro de Albarado, acompañado de Diego de Albarado, de Gómez de Albarado, de Alonso de Albarado, mariscal que es agora del Perú, y del capitán Garcilaso de la Vega, Juan de Saavedra, Gómez de Albarado y de otros caballeros de mucha calidad, que en la parte por mí alegada tengo nombrado, llegó cerca de donde estaba el mariscal don Diego de Almagro y pasaron algunos trances; tanto, que algunos creyeron que llegaron a romper unos con otros; y por medios del licenciado Caldera y de otras personas cuerdas vinieron a concertarse que el adelantado dejase en el Perú la armada de navíos que traía y pertrechos pertenescientes para la guerra y armada, y los demás aderezos y gente, y que por los gastos que en ello había hecho se les diesen cien mil castellanos; lo cual capitulado y concertado, el mariscal tomó en sí la gente y el adelantado se fue a la ciudad de los Reyes, donde ya el gobernador don Francisco Pizarro, sabidos los conciertos, lo estaba aguardando, y le hizo la honra y buen recebimiento que merecía un capitán tan valeroso como fue don Pedro de Albarado; y dándole sus cien mil castellanos, se volvió a su gobernación de Guatimala. Todo lo cual que tengo escripto pasó y se concertó en los aposentos y llanura de Ríobamba, de que agora trato. También fue aquí donde el capitán Belalcázar, que después fue gobernador de la provincia de Popayán, tuvo una batalla con los indios bien porfiada, y a donde, con muerte de muchos dellos, quedó la vitoria con los cristianos, según se contará adelante.